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Encalada, 2012 |
Como los músicos del Titanic, Joan Manuel Serrat y
Joaquín Sabina llevan la música en su ser, casi como la piel. "No
sabemos qué hacían Sabina y Serrat en el Titanic" se escucha una voz, con
un tono burlón, que desprende risas entre los espectadores. Es una noche
fría, pero de puertas para afuera. Este, no es “un jueves cobarde”, es un
viernes, el último viernes de noviembre, del que se supone sea el último año
del mundo. "Espero que no sea el último concierto de este tipo porque
¡se me jode una gira completa!", suelta una carcajada, Joan Manuel
Serrat, en una de sus apariciones bromeando con el público, que no deja de
ovacionarlo y siguen con atención cada una de las astutas bromas a su
compañero.
Sabina, por su parte, hace lo mismo y en un juego,
que parece el de dos cómplices pequeños, se gastan bromas el uno al otro. El
auditorio entero disfruta, se ríe y participa de éste va y ven de chistes. Se
sientan en unas sillas al rededor de una mesa. Brindan por el honor de estar
aquí. Hacen saber a su público lo importante que es y que al igual que ellos
le siguen el rastro. Comentan sobre el futbolista Antonio Valencia en Inglaterra,
felicitan a Barcelona por su décimo cuarta estrella y entre risas "albos
y chullas ya llegará su hora", les dicen a los no tan afortunados del
fútbol ecuatoriano.
“Estar siempre de parte de los que pierden,
apuntarse a las derrotas, convertir cualquier caída en una rima dura y
cantarla como quien grita a la vida, ése es el asunto de Sabina cuyo primer
objetivo es que todo el mundo sea feliz, que los reaccionarios dejen libres
las nubes para que los hijos del cielo puedan volar. Si hubiera sido
misionero habría bautizado con whisky a los apaches. Y mientras ese milagro
suceda Serrat enamorará a las madres y a las hijas.”
(Vincent. 2012)
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Encalada, 2012
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Los quiteños, quienes han esperado ansiosos el
retorno de los españoles varios años, corean cada una de sus canciones a todo
pulmón. El evento dura tres horas y los fanáticos piden "otra,
otra", al notar que sus ídolos planean el final. Tres veces regresan al
escenario quienes se han autodenominado: dos pájaros, con la "voz de
terciopelo" del primero y "de lija" del segundo, según ellos
dicen, a complacer las peticiones. Pero finalmente como un "Soldadito
marinero" se marchan al unisolo de aplausos que envuelve el Coliseo
General Rumiñahui.
Es ya la media noche, en medio de la lluvia de ovaciones,
casi nadie se percató de la tormenta que había mojado a Quito. Aún llueve
ligeramente. Y, a pesar de que el camino a casa sea húmedo pues pocos
llevaron paraguas, se van contentos los amantes de estos artistas afirmando
que valió la pena el precio de las entradas que iban desde 33 a 190 dólares.
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