sábado, 8 de diciembre de 2012

Dos pájaros contraatacan: Sabina y Serrat en Quito

Dos pájaros contraatacan: Sabina y Serrat en Quito


Encalada, 2012
Como los músicos del Titanic, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina llevan la música en su ser, casi como la piel. "No sabemos qué hacían Sabina y Serrat en el Titanic" se escucha una voz, con un tono burlón, que desprende risas entre los espectadores. Es una noche fría, pero de puertas para afuera. Este, no es “un jueves cobarde”, es un viernes, el último viernes de noviembre, del que se supone sea el último año del mundo. "Espero que no sea el último concierto de este tipo porque ¡se me jode una gira completa!", suelta una carcajada, Joan Manuel Serrat, en una de sus apariciones bromeando con el público, que no deja de ovacionarlo y siguen con atención cada una de las astutas bromas a su compañero.
 
Sabina, por su parte, hace lo mismo y en un juego, que parece el de dos cómplices pequeños, se gastan bromas el uno al otro. El auditorio entero disfruta, se ríe y participa de éste va y ven de chistes. Se sientan en unas sillas al rededor de una mesa. Brindan por el honor de estar aquí. Hacen saber a su público lo importante que es y que al igual que ellos le siguen el rastro. Comentan sobre el futbolista Antonio Valencia en Inglaterra, felicitan a Barcelona por su décimo cuarta estrella y entre risas "albos y chullas ya llegará su hora", les dicen a los no tan afortunados del fútbol ecuatoriano.
 
“Estar siempre de parte de los que pierden, apuntarse a las derrotas, convertir cualquier caída en una rima dura y cantarla como quien grita a la vida, ése es el asunto de Sabina cuyo primer objetivo es que todo el mundo sea feliz, que los reaccionarios dejen libres las nubes para que los hijos del cielo puedan volar. Si hubiera sido misionero habría bautizado con whisky a los apaches. Y mientras ese milagro suceda Serrat enamorará a las madres y a las hijas.”
(Vincent. 2012)
  

Encalada, 2012
 
Los quiteños, quienes han esperado ansiosos el retorno de los españoles varios años, corean cada una de sus canciones a todo pulmón. El evento dura tres horas y los fanáticos piden "otra, otra", al notar que sus ídolos planean el final. Tres veces regresan al escenario quienes se han autodenominado: dos pájaros, con la "voz de terciopelo" del primero y "de lija" del segundo, según ellos dicen, a complacer las peticiones. Pero finalmente como un "Soldadito marinero" se marchan al unisolo de aplausos que envuelve el Coliseo General Rumiñahui.
 
 
 
Es ya la media noche, en medio de la lluvia de ovaciones, casi nadie se percató de la tormenta que había mojado a Quito. Aún llueve ligeramente. Y, a pesar de que el camino a casa sea húmedo pues pocos llevaron paraguas, se van contentos los amantes de estos artistas afirmando que valió la pena el precio de las entradas que iban desde 33 a 190 dólares.
 
 




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